En Arte Etnico Argentino se exhiben objetos traídos de Santiago del Estero. / Martín LucesoleVer más fotos
La mujer es amplia, morena, y sonríe enorme mientras sostiene un broche de plata, réplica de una antigua joya mapuche. Silvia Rinke es mapuche de Los Toldos, provincia de Buenos Aires. Vive desde hace años en la Capital, donde vende sus piezas de plata: réplicas exactas de collares, petos, pulseras, aros y decenas de piezas mapuches ancestrales.
-La artesanía es un punto de resistencia cultural más que un espacio comercial. Nosotros pensamos que fortaleciéndonos en nuestra cultura podemos salir del estado de marginación y pobreza a que nos condenó el sistema dominante. Y lo que yo noto es que ahora estamos de moda los indígenas.
Fundaciones, asociaciones y ONG ven llegar a sus antes modestos sitios de venta una avalancha de turistas propios y ajenos, ansiosos por comprar máscaras chanés, cestería guara- € ní, fajas pampas y mantas catamarqueñas. En diciembre de 2001, cuando la muerte súbita del uno a uno acabó con la importación de casi todo, las tiendas de artesanías tuvieron que reinventar la oferta y los importados fueron reemplazados por ríos de lana, cerámica y plata argentinas. Desde el 17 de marzo de 2001 más de 15 artesanos indígenas lograron el permiso para colocar cada domingo, en la esquina de San Juan y Defensa, sus propios puestos, donde venden sus artesanías al público evitando la intermediación. Jorgelina Duarte es miembro de una comunidad m´bya guaraní de Misiones. Señala las artesanías que tiene sobre la mesa, y que le envían sus familiares para que ella revenda: animales de madera de curupicay, pulseras tejidas con chaguar.
-El problema con las comunidades es que los mayoristas les cambian artesanía por ropa vieja, les pagan poca plata. Pero es bueno vivir de algo que uno sabe hacer.
Andrea Prado es la fundadora de Pasión Argentina, un emprendimiento que incorpora piezas étnicas textiles a diversos objetos y muebles de diseño urbano. Prado encarga los tejidos a comunidades catamarqueñas. Los objetos de Pasión Argentina incluyen portavelas, cajas, muebles donde los tejidos se insertan con enorme cuidado. Cada objeto lleva una tarjeta con el nombre del artista.
-Para nosotros, la tejedora es la estrella del tejido. Lo interesante es poder unir lo precolombino y el diseño urbano. Les envío el dinero a una cuenta bancaria, y trabajamos con envíos regulares determinados días de la semana. Pero dentro de la artesanía se ven cosas tremendas. Si ves una cesta pilagá que cuesta 5 pesos en Buenos Aires, eso implica que al señor se la compraron a un peso, y le llevó días hacerlo. Están comiendo en Buenos Aires a costa de la sangre del señor. El señor pilagá está muerto de hambre, no tiene un diente y se le muere un hijo por día, y acá hay alguien llenándose la boca de que vende las artesanías del señor porque eso es un rescate cultural.
Pasión Argentina es una empresa socialmente responsable, un concepto que tiene que ver con una concepción de capitalismo más justo, con que las utilidades que esa empresa genere sean devueltas a la comunidad.
-La mayoría de los chicos que venían a Buenos Aires a trabajar porque hacer tejidos dejaba de ser rentable ya están empezando a quedarse en su tierra.
Arte Etnico Argentino es el proyecto que Ricardo Paz emprendió en los años 80 y que hace dos o tres años ocupa lo- € cal a la calle, en El Salvador al 4600. Allí, él y Belén Carvallo venden productos criollos e indígenas de Santiago del Estero.
-Nosotros armamos una asociación paralela a Arte Etnico, que se llama Fundación Adobe, e dimos capacitación en las escuelas. Ahí nos decían que a muchos les daba vergüenza mostrar las sillas de madera cuando iban las visitas, y que entonces sacaban la silla de plástico. Ahora todo eso se va revirtiendo.
La huella del indio -La idea es que ellos se organicen -dice Sofía Uranga, de Fundación Silataj-, y puedan vender tanto a nosotros como a otras fundaciones. Creo que hasta hace dos o tres años se conocía más la artesanía de otros países que la del nuestro, y eso se ha revertido. Ahora, la gente más joven quiere adornar su casa con artesanías argentinas.
Manos de la Tierra funciona en un pequeño departamento de la zona del Bajo, y ha hecho de las artesanías del Sur y del Norte una amplia gama de regalos empresarios. Enrique Schoo Lastra es uno de los socios que empezó con esto en el año 2000 y cuyas pautas de relación con los indígenas son claras. Manos de la tierra no carga más de un ciento por ciento a los precios de costo de los productos y paga al contado contra entrega.
Arte y Esperanza es una asociación civil sin fines de lucro, que trabaja con 46 grupos aborígenes en condiciones de comercio justo, que implica un trato directo y un mejor precio para el artesano. Además de comprarles artesanías, los voluntarios de Arte y Esperanza trabajan con los indígenas capacitándolos y optimizando los mecanismos de producción.
-La idea es no avasallar la cultura -dice Mercedes Homp-, pero también orientarlos con lo que es más vendible. En los últimos dos años, la venta ha crecido muchísimo.
Según el censo del Indec del año 2001, hay en el país 600.000 familias indígenas distribuidas en más de 14 pueblos. Pobres entre pobres, viven en comunidades donde pocas veces hay agua y electricidad, casi nunca escuelas o médicos, y a pesar del boom artesanal, no siempre la artesanía vendida en Buenos Aires sirve para mejorar su calidad de vida.
-Este aumento de la venta de artesanías indígenas -dice Erica Vidal, del área de Artesanías del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas- no se refleja en una mejora en las comunidades aborígenes, porque ellos siguen siendo productores, pero la comercialización está en manos privadas. Hay un redescubrimiento de una cultura a la que la Argentina ha estado de espaldas, y eso es bueno, pero también hay una proliferación de falsa solidaridad. La artesanía indígena le mejora la vida a mucha gente, pero no a ellos mismos. De hecho, hoy todos los privados que venden artesanías tienen página Web, pero ni los indígenas ni el Instituto de Asuntos Indígenas la tienen. Algo que falla, ¿no?